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Una vida para el arte, por Natalia Carrazoni

Juan Navarro Ramón pasó La mayor parte de su vida en el estimulante ambiente experimental del arte y de los artistas europeos. Esto no le hizo perder su espontaneidad, LO mismo que sus experiencias de guerra y exilio no lograron resquebrajar su confianza en su futuro más luminoso para la humanidad.”

Natalia Carrazoni

Si a Altea vino un día Gabriel Miró y se quedó con la reverberación de luminosidades y en la misma Altea hemos oído versos de Federico Muelas y hemos visto pinturas de Benjamín Palencia, en Altea, apoyando la cabeza en las sierras de Aitana y Bernia y los pies en la espuma del mar, nace un 21 de febrero de 1903 Juan Navarro Ramón.

Escribe Gabriel Miró: “Tierra de labranza. Olivos y almendros subiendo por las laderas; arboledas recónditas junto a los casales; el árbol de olor del Paraíso; un ciprés y la vid en el portal; piteras, girasoles, geranios cerrando la redondez de la noria; escalones de viña; felpas de pinares; la escarpa cerril; las frentes desnudas de los montes, rojas y moradas, esculpidas en el cielo; y en el confín, el peñascal de Calpe, todo de grana, con pliegues gruesos, saliendo encantadamente del mar; una mar lisa, parada, ciega, mirando al sol redondo que forja de cobre lo más íntimo y pastoso de un sembrado, un tronco viejo, una arista de roca, un pañal tendido y, encima de todo, el aliento de la anchura, el vaho de sal y de miel del verano levantino cuando cae la tarde”.

Navarro Ramón era hijo de un matrimonio de clase media formado por Sebastián y María, sus padres, y una única hermana. Gran parte de su niñez la pasó en Valencia, ciudad en la que se afincaron sus progenitores por motivos laborales. De carácter pacífico pero muy testarudo, cuentan que su madre en unos carnavales lo disfrazó de baturro -foto expuesta-; al terminar intentaron quitarle el disfraz y ante la negativa, hubo que dejarlo tres días disfrazado.

A través de su constante evolución artística, es necesario tener presente la influencia de los movimientos artísticos de la época. En aquellos primeros años del siglo, Valencia se debatía entre los fuertes tirones del siglo anterior y el profundo empuje que la nueva centuria va imprimiendo poco a poco en la ciudad. Valencia va sufriendo una transformación. El modernismo, que tantos ejemplos ha ido dejando en la ciudad, quedará ya fijo y establecido.

A través de su constante evolución artística, es necesario tener presente la influencia de los movimientos artísticos de la época. En aquellos primeros años del siglo, Valencia se debatía entre los fuertes tirones del siglo anterior y el profundo empuje que la nueva centuria va imprimiendo poco a poco en la ciudad. Valencia va sufriendo una transformación. El modernismo, que tantos ejemplos ha ido dejando en la ciudad, quedará ya fijo y establecido.
El poeta alcoyano Juan Gil-Albert escribe en su Crónica general sobre esta Valencia que va cambiando: “Al finalizar el siglo, todo ese cauce recto que descendía de la torre al edificio… estaba ocupado por un dédalo de callejuelas en las que iría entrando la piqueta con el mismo descontento con que vemos hoy desvanecerse los muros que fueron nuestras viviendas para ver surgir, deprisa y sin contemplaciones, las miméticas colmenas del hacinamiento actual; colmenas sin miel. Podríamos, pues, decir sin exigencias eruditas, ya que estoy hablando de lo que vi, viví o imaginé, no de lo que he leído, que Valencia estrenó su calle con el siglo, y que esta calle de la Paz se constituyó como el centella y que alcanzó su verdadero significado histórico, ciudadano, con la célebre Exposición de los años 8 alio, que empezó siendo regionalpara convertirse en nacional. Un sueño es para mí ese mundo, sueño operestesco, del que dejó tanto rastro en las casas, en las mentes, en las conversaciones y recuerdos, vestidos, fotos, carteles que, con figuras representativas que tenían rasgos entre mitológicos y callejeros, el Trabajo provisto de un martillo, o el Comercio, con las aletas de Mercurio en las sienes, naranjales al fondo, compartiendo con mágicas señoras que, apoyado el brazo en un barandal, llevando en la mano enguantada unos gemelos de teatro, volvían hacia el espectador sus bustos de canastillo mientras detrás, con uniformes entallados, veíanse desfilar los jinetes del Concurso Hípico. Era la modernidad.

Hasta entonces Valencia había vivido en la calle de Caballeros y en el barrio del Carmen, asiento de los dos estamentos constitutivos de la ciudad, patriciado y pueblo, y en este segundo, la viva variedad de su artesanía, de brillante tradición gremial. Dos barriadas, pues, separadas, pero colindantes; respirando ambas, al aprejuntamiento de sus confines, un mismo aire”.

Su vida escolar transcurre con normalidad, aficionado al dibujo y a las matemáticas. Un profesor quiso hablar con su padre al observar la gran aptitud que tenía para el dibujo, recomendándole que fuera a la Escuela de Artes y Oficios. A los catorce años comenzó a estudiar Magisterio en la Escuela Normal y frecuentó las clases nocturnas de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Valencia. La vocación artística tan fuertemente arraigada en él no encontró ninguna clase de trabas por parte de su familia.

En aquellos tiempos eran los padres, casi siempre, quienes elegían la carrera de sus hijos. Pero su progenitor, hombre inteligente y liberal, no quiso imponer su criterio, al menos de forma tajante. Trató de persuadirle a que obtuviera el título de maestro aunque no fuese más que complemento de su formación. Y se mostró dispuesto a dejarle desarrollar su vocación mantenida desde que era casi un niño.

Y así, a pesar de no haber obtenido el título de maestro, en 1923 se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. En sus aulas empezó a relacionarse con algunos condiscípulos con las mismas inquietudes artísticas que él, entre los que se encontraban Josep Renau, Enrique Climent, Genaro Lahuerta, Pedro Sánchez, Vicente Mulet y otros. Asimiló las enseñanzas académicas que allí impartían viejos maestros consagrados que continuaban atados a la tradición decimonónica, por lo que empezó a plantearse muy seriamente nuevos horizontes artísticos. Aparecía como un ser inquieto, intelectualmente muy preparado, que buscaba en las páginas de las revistas de arte extranjeras el conocimiento de nuevos caminos artísticos que le permitieran renovar su bagaje pictórico.

Mientras, preparaba lentamente su voluntad renovadora y se agudizaba en él la necesidad de transformar el arte local, en el que el peso del sorollismo era un lastre para los jóvenes creadores. Al modo que sus condiscípulos Genaro Lahuerta y Pedro Sánchez, para él, el enfrentamiento con el insigne Joaquín Sorolla constituyó su gran tarea, la misma en la que estaban involucrados algunos de sus compañeros más próximos. En la Escuela de San Carlos sobresalió por su refinada técnica pictórica, su extenso repertorio de conocimientos y un amor propio considerable. El sentido de independencia y el goce de la naturaleza agreste de su Altea natal, no se acompasaban con el trabajo académico rígido que imponían sus profesores de Escuela. No era feliz en seguir esa pedagogía estricta y esa forma de pintar que amaneraba el gusto. Sus inclinaciones entonces estaban en el arte que desarrollaban artistas catalanes como José Obiols, Federico Mompou, Joaquín Sunyer, Jaime Mercadé, y otros que configuraban el denominado noucentisme.
En 1925, tras dos años de permanencia en la Escuela de San Carlos, fallece su padre y se traslada a estudiar a Madrid, donde, a pesar de su rebeldía académica, había de encontrar el primer ambiente verdaderamente propicio para desarrollar sus inquietudes renovadoras y conseguir hacerse nombre en el campo artístico. Frecuentó la Escuela de Bellas Artes de San Fernando al mismo tiempo que preparaba las oposiciones para ingresar en el Ministerio de Hacienda, las cuales ganó brillantemente. Cubiertas las necesidades económicas, dedicó todos sus esfuerzos a desarrollar su vocación pictórica. En su empleo oficial dentro de la administración pública, se encontró como pez en el agua. Se permitió elegir su propio horario, y cogió la mala costumbre de llegar a la oficina a las once de la mañana y de irse a las doce al estudio de Timoteo Pérez Rubio, con quien completaba su formación pictórica. El resto del tiempo libre lo empleaba en pintar y en asistir a las tertulias artísticas tan frecuentes en la capital española.
convertiría en la primera panegirista de su pintura, su admiradora más profunda y su más fiel secretaria. Una compañera que estará siempre a su lado, apoyándole y animándole en sus momentos difíciles, y que se convertiría también en su más adorable musa y modelo. Su esposa no sólo supo adaptarse a su mundo solitario, que él creía indispensable para la creación, sino que se convirtió en la sombra de su existencia. El nuevo matrimonio decidió establecer su residencia en Barcelona.

La responsabilidad familiar supuso para él un acicate de cara a incrementar su actividad artística. Paralelamente, iniciaba el camino hacia una vida más serena y estabilizada. Empezó a pintar febrilmente y a exponer, primero en una muestra colectiva que organizó el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

En 1929 realizó su primera exposición individual en el Salón del Heraldo de Madrid. La muestra pictórica fue muy bien acogida por el público y la crítica de arte madrileña que destacaba el buen hacer del pintor alicantino pese a su juventud. Su curiosidad y su talante renovador no tardó en sintonizar con el grupúsculo de plásticos vanguardistas madrileños que se integraban en Los Independientes. Estaba inmerso en el huracán vanguardista de “ismos” y tendencias que continuamente aparecían en la Península a finales de los años veinte y que propiciaban una renovación de la sensibilidad y el gusto a través de una estética nueva inspirada por los poetas, escritores y artistas de la Generación del 27.

En una entrevista que se le hizo acerca de su postura ante la vanguardia, contestaba que él la aprobaba totalmente como esplendor de una nueva era de arte que estaba llegando, y citaba los nombres de Picasso, Degas, Daumier, Léger y Dalí como ejemplos a imitar. En sus obras juveniles, en efecto, se atisbaban ya las cualidades que, estructuradas y simplificadas después con más dominio técnico y rigor compositivo, darían prestigio y valoración a su producción madura. Así, ciertos cuadros suyos de entonces tenían ya ese registro mediterraneísta por el color y la transparencia que hallamos más tarde en sus obras. La contemplación directa de la naturaleza, la vida cotidiana, los seres y las cosas más simples de la existencia, todo se convertiría en motivo para sus cuadros.

La introspección hacia el mundo interior le fue aislando progresivamente en la soledad de su estudio barcelonés, apartándose voluntariamente de los cenáculos y mundillo artístico local. Eligió el camino del trabajo callado creativo y la vida familiar junto a su esposa, compañera y colaboradora; los ratos libres los dedicaba por entero a la práctica del ajedrez, juego que despertaba la inteligencia y desarrollaba la reflexión.

La primera exposición individual que celebró en Barcelona fue en 1930 en las conocidas Galerías Layetanas. La crítica barcelonesa destacó de aquellas obras el rigor compositivo, el sentido espacial, la armonía de los tonos empleados y el sentido poético de los temas que trataba. Los cuadros que pintó entonces estaban resueltos con una exquisita sensibilidad en la que contribuía especialmente la forma decisiva de su manejo de la luz y un cromatismo de raíz mediterránea. Su trayectoria artística estaba encauzada, pero él no se contentaba con encasillarse en un estilo concreto sino que necesitaba conocer y desarrollar nuevos conocimientos que le permitieran expresar, pictóricamente hablando, sus emociones e impresiones. Como tantos otros pintores de su generación, sintió la tentadora aventura de la capital francesa, donde encontraría respuesta a muchos interrogantes que se había planteado.
Así, en 1934 se trasladó a París, ciudad que se había convertido desde principios de siglo en una especie de Meca del arte moderno. Para él, la Ciudad del Sena era el sueño ansiado mantenido en toda su juventud; era también la apasionante posibilidad de evolucionar su arte, lejos de la mediocridad ambiental y la rutina academicista en que había caído el arte español. En los estudios y talleres de Montparnasse y Montmartre trabajaban artistas de todo el mundo que querían estar al día en materia de tendencias y estilos. Allí encontró gran cantidad de compatriotas que aspiraban, como él, a abrirse paso en el mundo del arte. Fue testigo de una bullente vida artística muy distinta a la que había vivido en España.

Y aun cuando sólo como un extranjero había visto París, supo captar algunos aspectos esenciales de la urbe, tanto en su conciencia como en forma de varios cuadros y de numerosos dibujos. Su estancia en esta ciudad le añadió una valiosa experiencia y le permitió estar á la page de movimientos vanguardistas que se daban cita en el más importante centro internacional del arte. Fue entonces cuando conoció al pintor malagueño Pablo Picasso, auténtica figura mítica del mundo artístico parisino.

Durante su estancia en París se reveló como un excelente jugador de ajedrez. En sus momentos de ocio disputaba enconadas partidas con el italiano Campligli y el soviético Hayden. Este último maestro había sido pintor antes que teórico y práctico del ajedrez, resultando un personaje muy popular en el barrio de Montparnasse.

Allí lo recordaban todavía por sus obras cubistas de la época heroica, pero no causó asombro este cambio de dedicación, ya que el público francés se hallaba bastante acostumbrado a estas relaciones escasamente conocidas entre las artes plásticas y el ajedrez. El ejemplo de Marcel Duchamp había acaparado en ese campo toda la sensación el día que abandonó la pintura y descubrió que a través del ajedrez podría expresar mejor su concepción intuitivamente racionalista del orden del mundo.

Es curioso constatar que no era el típico artista bohemio y marginado que había roto sus lazos con sus orígenes y que se esforzaba en iniciar una nueva vida repleta de calamidades sin límites y mil heroicidades en su meta por conseguir un nombre y fama universal. Era un hombre atildado, correctamente vestido y metódico, que ganaba suficiente dinero como para vivir con cierta holgura económica y sin privaciones de ninguna clase. Es posible que esta imagen tan convencional atrajera el interés de otros artistas hartos de tanto esnobismo trasnochador. La sencillez y la honestidad del pintor alteano eran los aspectos que más llamaban la atención por parte de sus interlocutores, que no veían en él un pedante ni un artista en búsqueda de protagonismo como era habitual en otros plásticos.

No se adscribió a ningún grupo, tendencia o movimiento, ni siquiera al de sus compatriotas de la École de París. Caminaba a su aire y contemplaba la sucesión de modas que se daban cita en la Ciudad del Sena sin inmutarse, recogiendo únicamente para sí LO que de verdad le emocionaba y rechazando LO que hería su sensibilidad. La crítica francesa recalcaba la fidelidad a sí mismo y la vitalidad de su arte que huía de toda repetición y que se caracterizaba por su calma, pureza, misticismo y virginidad candorosa.

Por LO que respecta a la española, con más elementos de juicio para establecer las justas comparaciones, destacaba su impulso expresivo, su peculiar sentido colorista, su técnica compositiva y constructiva y eL misterio y La poesía secreta que emanaban de sus obras.

Vivió en París una de sus etapas más interesantes, más fecundas y más plenas deL arte universal de todos Los tiempos. Y La vivió no sólo como espectador, sino, en buena medida, como protagonista activo e inmerso en La vida artística de La capital europea deL arte moderno.

Pero decidió volver a su estudio de Barcelona, adoptando La invariable costumbre de trabajar con ahínco, Levantándose temprano, pintando todo el día, frecuentando Las tertulias de La Rambla y asistiendo de vez en cuando a La inauguración de alguna exposición interesante.

AL producirse el Levantamiento militar de julio de 1936, el matrimonio se trasladó a Valencia, donde tenía familia y contaba con un numeroso grupo de amigos artistas. Se integró en La Alianza de Intelectuales para La Defensa de La Cultura (AIDC) y colaboró en Las actividades del Altavoz del Frente. En 1937 fue invitado a participar en el Pabellón de La República de La Exposición Internacional de París. EL cuadro que envió, preso de La profunda carga política que requería el momento, se titulaba “Te vengaremos” y representaba a unos campesinos saludando con el puño en alto y con La mirada puesta en un compañero caído por el fuego enemigo.

En 1938 obtuvo el Primer Premio en La Exposición de Artes Plásticas de Barcelona que organizó el Ministerio de Instrucción Pública. Ese mismo año ingresó voluntario en Las filas del Ejército Popular, siendo destinado al Comisariado del XV Cuerpo, en calidad de dibujante. Pudo emboscarse en La retaguardia pero prefirió combatir en primera Línea de fuego como un simple soldado. Participó en La batalla del Ebro, y cuando se produjo La ofensiva nacionalista sobre Cataluña, marchó junto a su esposa hasta La población fronteriza de Port Bou.

En enero de 1939, iniciado eL duro camino deL exilio a Francia, eL matrimonio fue ubicado en diferentes camiones; buscando a su mujer, se dejó La maleta y perdió una carpeta con dibujos de La batalla deL Ebro. Fueron internados en eL tristemente famoso campo de concentración de Saint Ciprien Plage, custodiado por senegaleses, pero Lograron escapar. Y ahora no con Las mismas ilusiones de unos años antes:

Una nit de LLuna plena
tramuntarem La carena, lentament, sense dir re…
.una feia el ple
també el féu La nostra pena

nos dirá un poeta -Pere Quart- que también tuvo que emprender Las rutas del destierro.
El matrimonio Navarro Ramón, antes de poder trasladarse a París, reparte su tiempo entre Perpignan y Coulliure. Aquí, otro exiliado ilustre, Antonio Machado, había muerto junto con su ancianísima madre, en aquel frío mes de febrero de 1939. A pesar de todas las adversidades, el pintor consigue llegar a ejercer su oficio y así seguir desarrollando su vocación. En efecto, en aquel dramático momento, cuando a pocos kilómetros de allí, en los arenales de la playa, muchos compatriotas perecen de hambre, de frío, de disentería y de desesperación, otros lo hacían en un postrero frente, prolongando aquélla que parecía ser la tragedia infinita de España.

Navarro Ramón encuentra tiempo y ocasión para darnos una serie de telas impresionantes de Coulliure que nos hacen pensar en aquellas palabras de Antonio Machado pronunciadas en este mismo lugar: “¡Quién pudiera quedarse aquí, en la casita de algún pescador, y ver desde una ventana el mar, ya sin más preocupaciones que trabajar en el arte!”.
El fruto de aquel trabajo lo constituye la exposición que en 1940 tuvo lugar en el Palais de la Loge, organizada por el Ayuntamiento de Perpignan y que constituyó un verdadero éxito, lo cual le permite trasladarse a París.

Posteriormente, el matrimonio, al producirse la ocupación alemana de la capital francesa, se vio en la imperiosa necesidad de regresar a España. Al volver, conocidos sus ideales combatientes republicanos, fue recluido en la localidad burgalesa de Miranda de Ebro e inhabilitado profesionalmente.

Pero pronto fue liberado y en 1941 se estableció de nuevo en Barcelona, incorporándose inmediatamente a la actividad artística que había quedado un tanto desplazada por la contienda. Los difíciles años de la posguerra española los superó gracias a su fuerte condición de luchador nato y a una voluntad de hierro por continuar firme en su vocación pictórica. Los últimos acontecimientos que le daban ánimo eran su trabajo, los viajes y las exposiciones. Su incansable actividad pictórica le permitió alcanzar cierta fama entre los mejores seguidores de las tendencias europeas de vanguardia.

Son estos, años de larga creación y esperanza, en los cuales su personalidad artística empezó a afianzarse. En la Barcelona de los cuarenta el mundillo artístico era menos absorbente que en París. El único núcleo artístico importante se encontraba en la Campana de San Gervasio, donde se daban cita algunos escultores, pintores y dibujantes con ansias renovadoras. Las únicas galerías interesantes se encontraban en la Vía Layetana y sus exposiciones resultaban insignificantes en comparación con la amplia variedad que ofrecían las salas parisínas. La inagotable riqueza de Los museos de La capital francesa apenas podían reemplazarla Las pinturas y esculturas polícromas de Los primitivos catalanes, que en esa época todavía no estaban reunidos en el Museo de Barcelona. Para verlos era necesario realizar largas excursiones por las montañas, donde podía descubrirlos, apenas iluminados, en las paredes y en los techos de las iglesias antiguas.

Pero para él no era importante esa riqueza arqueológica local que no le decía nada, pues de momento sus preocupaciones estaban puestas en otro tipo de arte.

Lo único que quería era pintar y eso fue LO que hizo, estimulado por La brillante Luz mediterránea y eL apoyo constante aunque Limitado de su mujer en Lo que se refería a Las cuestiones domésticas. En ese tiempo ejecutó numerosos retratos de personalidades destacadas de La vida barcelonesa. En eLLos, su agudeza para captar Los rasgos que consideraba más expresivos deL modelo era notoria. Así, sus evidentes condiciones de retratista son numerosas, sobre todo en Lo que respecta a Los retratos femeninos que no se apartaban jamás deL carácter de intransigente fidelidad a sí mismo que guió en todo momento aL artista, para quien no cabía posibilidad alguna de halago o de interesada concesión. Su paleta se revelaba sutilmente transparente, con una gama irisada y etérea, fruto de un sagaz refinamiento que, sobre todo, en Los desnudos, alcanzó una sonoridad nacarada.

EL desnudo, taL como anotaría Francesc Rodón, en eL que nos hemos detenido para nutrir buena parte de estos apuntes biográficos, adquiría un relieve irreal y una sensación de misterio que Lo convertían en algo atractivo y amable para Las miradas. Eran desnudos sensuales, bien proporcionados, sanamente carnales, que nos remitían a un tipo de belleza clásica, muy entroncada con eL viejo mundo mediterráneo.

Con eL correr de Los años, La necesidad de regresar a París volvió a apoderarse de éL. En su visita anterior ya había manifestado La intención de quedarse sólo unas pocas semanas, pero en esta ocasión envió por adelantado un cargamento de Lienzos para celebrar una importante exposición que Le permitiera definitivamente dar a conocer su obra aL público y a La crítica de arte más entendida deL mundo.

Así, en 1951 inauguró La muestra en La Galería René Bréteu, donde obtuvo un extraordinario éxito de ventas y de crítica. TaL Logro propició que fuese invitado a participar con sus obras en tres ocasiones en eL Salón RéaLités NouveLLes de París.

Durante sus estancias en La capital francesa, eL matrimonio residió en Montparnasse. EL castizo barrio parisiense dio aL pintor aLicantino Las faciLidades de un ambiente bohemio muy adecuado para trabajar con totaL Libertad y con La mutua influencia entre compañeros de todas Las nacionalidades. ALLí entró en contacto con artistas integrantes deL segundo grupo español de La ÉcoLe de París, entre Los que se encontraban CoLmeiro, Mateos, Laxeiro, Lago, Badía, Bores, UceLay, Viñes y Cossío, entre otros. En una de Las primeras muestras en París, estuvieron presentes Foujita, Zadkine. Reverdy, Salmón, Cendrars y Picasso, artistas y críticos que había conocido en una de Las innumerables tertulias de Montparnasse.

Existe una fotografía muy divulgada en catálogos, revistas y publicaciones en la que aparecían Foujita, Zadkine, Navarro Ramón y Picasso. Se sabe que los vínculos de amistad entre él y Pablo Picasso fueron muy cordiales, pues ambos eran compatriotas y compartían sensibilidades e inquietudes artísticas iguales. Encontró en el malagueño un maestro que le ofrecía consejos y le informaba espontáneamente con agudos y severos comentarios. Para él, su compatriota Picasso fue una especie de semidiós, un ejemplo a seguir si se deseaba ser algo en el mundo del arte.
También mantuvo una estrecha relación con Joan Mir», a quien admir» por la profundidad de su arte. Se sabe que Mir» aprovech» el taller de ventiladores de la familia de Josefa Fisac para realizar esculturas que causaron el asombro de los operarios, lo que evidenciaba la amistad que unia a ambos artistas.

Pero la añoranza de la tierra es demasiado enorme y regresa de nuevo a España, volviendo a fijar su residencia en Barcelona, excelente centro geográfico que le permitirá fácilmente desplazarse allí donde él y su obra son llamados: Francia, Alemania, Argentina, y en donde podrá encerrarse a trabajar, a pesar de sus veraneos en Ibiza o en Altea especialmente, porque ahí, como nos dice Gabriel Miró, autor de Años y leguas , “la lumbre, de mediodía de Oriente, aquí no ciega; aquí unge la carne torrada de los bardales, de las techumbres, de la piedra; se coge a todos los planos y artistas, modelando con paciencia lineal las cantonadas, los pliegues, los remiendos, los paredones de albañilería agraria, la paz del ejido, la prisa de una cuesta…”.

Son los años de la madurez, cuando el alma se ha ido serenando, pero no así el campo de la pintura. En este aspecto, el artista irá cada vez más lejos, atravesará barreras, volverá la mirada con cariño, con amor, con añoranza, hacia atrás, reanudará géneros, inventará y dominará etapas. Todo el arte moderno se encuentra en la pintura de Juan Navarro Ramón.

Con dominio de maestro, con una gran madurez artística, pero también con espíritu de aventura y de investigación. Sin sosiego, sin pausas, con la serenidad de un trabajo bien realizado. Hará escultura, hará esmaltes. Dominará el grabado, el dibujo. Y todo ello con la más franciscana sencillez, con el convencimiento de que cumple bien con su trabajo, sin ningún engreimiento. Seguro y convencido de su talento.
Ahí están, a partir de los años cuarenta y hasta su ocaso, esas exposiciones triunfales de Alemania y de Francia así como el descubrimiento de una parcela desconocida del arte español contemporáneo en sus muestras de la República Argentina.

En 1956 se había trasladado a este país americano donde instaló su estudio y trabajó ininterrumpidamente durante una larga temporada. Fruto de su actividad plástica fue la celebración de varias exposiciones en Buenos Aires y Rosario. La crítica de arte bonaerense no cejó en dedicarle glosas e hipérboles al pintor alteano.

También Las exposiciones en Madrid y Barcelona: en el Ateneo de La Ciudad Condal, en La Sala de Santa Catalina o en la Dirección General de Bellas Artes, ambas en Madrid; en la Galería René Metrás, de Barcelona; en las galerías Skira y de Luis, de Madrid, o en la gran antológica de la Sala Gaudí de Barcelona, en noviembre de 1973, en donde se recogía su obra desde 1930 hasta aquella fecha… En 1986, expondrá por última vez en la galería Yolanda Ríos.
Pero también León, Alicante, Las Rozas, Vilassar de Mar, Zaragoza podían saber y conocer la existencia de un gran pintor… Su obra figuró en 1996 en la muestra “Pintura valenciana” del Centro Cultural La Beneficencia, de la capital del Turia.

Está representado en el Museo de Arte Moderno de París, Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, en la Biblioteca Nacional, Museo de Arte Moderno de Barcelona, Museo de Bellas Artes de Rosario (Argentina), Museo de Bellas Artes de Álava, Museo Municipal de Altea, etc.

Cuando las ansias de soledad se apoderaban de él, como nos recuerda su biógrafo Carlos Areán, retornaba a su villa natal, a la Altea abandonada en la infancia, en donde perseguía un reencuentro con los orígenes.

La Costa Azul lo deslumbraba con la maravilla de su luz y con esa posibilidad extrañamente francesa, casi perdida lamentablemente en España -aunque su entrañable Altea luche por salvarse de la vorágine urbanística- de que ciudades como Niza o Cannes, pudieran convertirse en residencias litorales de pensionados de todos los países del mundo la primera, y en gran caos turístico la segunda, sin dejar de ser por ello pueblos de pescadores y de burgueses, cuya exquisita amabilidad conservaba en el Midi como recuerdo deliciosamente arqueológico de lo que en otras épocas no muy lejanas había sido moneda corriente en buena parte de la Europa continental. Navarro Ramón, acompañado siempre por su mujer, soñaba y se embebía en la luz. Algunas veces se adentraba en otro paraíso privilegiado, la Provenza, cálida y dorada, según nos dice Areán, en los ecos de la invención del amor cortés y en el reflejo tornasolado de sus tierras rojas. Provenza y su ribera, la Costa Azul, son dos de los pocos paraísos que todavía quedan en un mundo devorado por la prisa y la lucha. Son refugios, pero se hallan al día. Cuando quieren ser vertiginosos, lo son tanto como París o Nueva York, pero si se convive con sus hombres, más que con los emigrantes o con los turistas, nos hacen degustar las delicias del tiempo perdido, que es, a la larga, tiempo ganado.

Esta dimensión inédita de Navarro Ramón – su amor a Provenza y a la Costa Azul- es una de las pocas cosas que nos permiten descubrir algunas de las facetas de su intimidad. Hay también, en el cielo de esa tierra seca, escasas nubes que se están haciendo y deshaciendo continuamente y que Navarro Ramón asegura que no ha visto nunca en ninguna otra tierra del mundo. Los cielos intensamente azules se tiñen a veces en semicontrapuntos violetas y morados que ceden su lugar a rojos cambiantes y ardientes en la puesta de sol. Las nubes atraviesan estos cielos inalterablemente luminosos y lo hacen, tal vez, preñadas con su carga de agua que transportarán, a veces, de nuevo hasta el propio mar, pero que casi nunca dejarán caer sobre esta tierra seca en la que la luz hace fulgir todas las ansias.

Esas nubes fueron, según Navarro Ramón, las fuentes máximas de su inspiración desde antes de los inicios de su época abstracta. Tal como cabía esperar de su entrega a las cosas, esta abstracción mágica y lírica que Navarro Ramón ha inventado, tiene mucho de tierra y de cielo, mucho de mar y de canto de pescadores.

Todo esto lo vivió Navarro Ramón desde su infancia en Altea y lo revivió, en sus años maduros, en esa misma tierra que constituye uno de sus escasos pero intensísimos amores.

Embelesado permanente del paisaje mediterráneo, en 1979 fijó su residencia en Sitges, la ciudad marinera de edificios blancos y calles tortuosas que tanto recordaban a su pueblo natal. Ese Sitges que también atrajera a otro gran pintor como Santiago RusinoL cuya memoria perpetúa eL museo Cau Ferrat, referente artístico de esta población que guarda el enorme legado que donara este artista e intelectual barcelonés.

Fue a partir de la muerte de su esposa, en enero de 1989, cuando Navarro Ramón empezó a sentir los efectos de una enfermedad que inexorablemente le hizo perder la memoria y alterar sus facultades mentales. La dolencia cruel y su avanzada edad le fueron minando la salud con rapidez hasta el extremo de acabar por no reconocer a sus familiares y amigos más íntimos.

Y así, cuando tan sólo había trascurrido un escaso medio ano desde la muerte de su eterna compañera, con la que compartiría todas las vivencias gratas y amargas a LO largo de más de seis décadas de convivencia, fallecería Juan Navarro Ramón el 6 de junio de 1989 en su casa de Sitges.