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PROPAC

Allá por los años cincuenta llegó a nuestra tertulia de la Cervecería de Correos otro pintor del que no teníamos muchas noticias. Había nacido en la costa alicantina, se crió en Barcelona y se formó en París. Fernando de Milícua lo había conocido en los días de Montparnasse, cuando el segundo gran grupo español de la «école de París» estaba integrado por gente joven (Boros, Peinado, Ucelay, Viñes, Cossío). y nos contaba que on una de las primeras muestras de Navarro Ramón estuvieron Picasso, Fujita. Roverdy, Salmón, y Cendrara. Nuestra tertulia (Gaya Ñuño, Mateos, Perico Flores, Arias, Redondela, Álvaro Delgado, Vela Zanetti, García-Ochoa, Martínez Novillo. Ucelay, Zabaleta. Abuja. Bisguert y tantos otros) recibió encantada al nuevo amigo Navarro Ramón, casi gordo y algo cegato, sordo como Pancho Cossío, con sus pocas palabras alicantino-castellano, catalano-francesas. murmullo más bien, pero siempre precisas y sutiles.

Navarro Ramón acudía a nuestros sábados siempre que pasaba por Madrid, a exponer alguna vez, otras a ver exposiciones, a nunca supimos bien qué misteriosos quehaceres. Escuchaba atento y aislado, con la mano en la oreja y una alegre sonrisilla con los ojitos bizqueantes. Cuando una discusión amenazaba no acabar nunca. Navarro Ramón aventuraba una opinión, precisaba un hecho o testificaba algo, sin darle importancia, con manso buen amor. Al cabo del tiempo vimos que era un hombre lleno de experiencia, muy sabedor del oficio. Había conocido a los artistas más significativos de nuestra época, pero espontáneamente jamás aludía a ello, y había que sacarle sus memorias por sorpresa.

Su pintura nos interesó desde el primer momento. Por aquellos años no tenía Madrid demasiada información del quehacer artístico barcelonés y parisiense. No es que lo desconociese, sino que Madrid vivía de y para si mismo, como un Buda del Manzanares que sólo quisiera mirarse el ombligo. Ni e1 mismo Eugenio d’Ors pudo con la insularidad madrileña. Navarro Ramón fue, pues, una revolución para nosotros. Lo vimos, creo que justamente, como un mediterráneo (tales fueron algunos de los españoles más decisivos de la «école de París») estilizado en las orillas del Sena. Su obra de entonces, como la de ahora, era una coincidencia do lo abstracto y lo figurativo, o para decirlo mejor: una cita de lo experimental y lo tradicional. Sus figuraciones —los desnudos, por ejemplo— eran nítidas, casi ingenuas y frontales, con tintas planas sobro fondos monocromo». Las abstracciones, un fosfórico rutilar, el ordenado brote do unas floraciones nunca vistas.

Su nombre, poco a poco, fue haciéndose familiar en Madrid. Lo solicitaron algunas de las galerías más importantes. Barcelona, a su vez, readaptó a su pintor de París. Hoy, Navarro Ramón es una de las figuras más singulares y sugestivas de la pintura española contemporánea. Nació en 1903, pero no lo parece. Su obra es un estilo de mocedad, un vivísimo proyecto que, sin dejar de ser idéntico a sí mismo, se acompasa a la expresión más exigente de su hora.
A. M. CAMPOY

La primera obra de Juan Navarro Ramón que admiré fue la más reciente en el tiempo, la de hace dos o tres años. Me impresionó entonces la calidad cromática de todas sus telas. Pero afortunadamente, para mí, claro, no era el cromatismo de la escuela valenciana de los años treinta, su pintura era una lección de contención, de técnica, de color y forma siempre dominados. Ya en el año I935 Rafael Benet hablaba de la poesía ácida del silencio que veía en las telas de Navarro Ramón. Poco a poco pude ver más obras del pintor alicantino. Todas aquellas que se hallaban lejos de la abstracción o del informalismo. Me refiero a sus retratos, a sus figuras, sus bodegones; siempre la línea precisa, exacta, hecha con una magistral sencillez. Existió la luz, el color, la poesía cotidiana…
FRANCISCO RODON

¿Cuál es el denominador común entre todas las etapas do la evolución pictórica de Navarro Ramón? Tratándose de un pintor quo ha expuesto por vez primera hace ahora cuarenta y cuatro años y que no ha cesado desde entonces un solo instante en su dedicación, es natural que haya atravesado muchas «maneras» y que las pinturas de sus orígenes sean muy diferentes de las de su momento actual. A pesar de ello, pocos autores hay en nuestro panorama pictórico contemporáneo que pasean una unidad tan monolítica y cuyos lienzos resulten tan inconfundibles, pertenezcan éstos a la etapa que pertenezcan y sean o no sean puntillistas, fauves o no imitativos.

Sucede con Navarro Ramón lo mismo que con Picasso y es que por debajo de las características propias de la tendencia a la que se adhiere en cada momento, hay un cuño personal reconocible en la matización del color, en los ritmos de los arabescos y en la creación de un clima que lo diferencian netamente de cualquier otro artista. Esos denominadores comunes existen do una manera muy distinta a lo largo de los cuarenta y cuatro anos de la vida pictórica del maestro alteano. Consideramos, por tanto, absolutamente imprescindible si queremos integrar toda» sus épocas en un contexto unitario— que analicemos pormenor iradamente esos denominadores comunes. Radican en ellos los fundamentos de su propio ser en cuanto pintor que en cada momento de su evolución se planteó uno o varios nuevos problemas y los resolvió sin conculcar ni unas intuiciones, ni unas conquistas irrenunciables que desde sus ya lejanos inicios, le permitieron mantenerse fiel o su propia verdad.

Los valores comunes a todas las obras de Navarro Ramón, tanto a las figurativas neo-puntillistas de 1929, como a las «abstractas» de 1973, nos parecen, desde un punto de vista estrictamente plástico, las siguientes:

A) La matización del color.
B) La melodía de la línea.
C) La paradójica tenuidad consistente de lo factura.
D) La seguridad flotante de sus ritmos y do sus sueltos encadenamientos de formas.
Más características todavía, aunque estas nuevas cualidades no sean ya exclusivamente plásticas, consideramos las siguientes:
E) La transfiguración mágica de la realidad circundante.
F) La penetración onírica, pero jamás insistida. en tas entrañas del subconsciente.
G) Una atmósfera lírica quo envuelve a lodos sus lienzos y que se funde tan entrañablemente con sus resonancias mágicas y oníricas. que acaba por ser inseparable de ollas.
CARLOS ARCAN