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Bellas Artes 74

La celebrada recientemente en la Galería De Luis, de Madrid, es la primera exposición completa de Juan Navarro Ramón con que he tenido oportunidad de enfrentarme. Conocía con anterioridad algunas composiciones muy esquemáticas suyas, de figuras u objetos situados en un paisaje o un interior idealizados, como las figuras u objetos mismos, que demostraban la intención puramente plástica de la referencia a la realidad externa recognoscible. En definitiva, se trataba de unos planos, unas lineas rectas y onduladas, unos volúmenes, unos colotes armonizados, combinados dentro de los límites del lienzo, para traducir un sentimiento interior que en todos los casos era de una gran serenidad. Y también había tenido ocasión de ver algún cuadro suelto del tipo de los que Navarro Ramón pinta en su actual etapa, y que asi, aislado, no me había producido la impresión que me ha producido ahora el conjunto de su obra realizada entre 1970 y 1973.

Diríase que Navarro Ramón ha decidido prescindir, al cabo de una larga búsqueda —la contemplación, en el libro que Carlos Arcán le ha dedicado recientemente, de algunos paisajes y bodegones de entre 1940 y 1943 no me hace sino ratificarme en mi impresión—; ha decidido prescindir, iba a decir, al cabo de una larga búsqueda por el camino de la depuración de la propia caligrafía, de toda apoyatura en las formas visibles, para quedarse en un chasis de puros elementos plásticos, de los que —a los enumerados anteriormente me refiero— la línea recta ha desaparecido también.

Si se observan composiciones antiguas de Navarro Ramón, en las que la línea recta —horizontal casi siempre, que es su posición más serena—, si aparecía, era solo como delimitación entre dos conjuntos de curvas y onduladas, se verá claramente que son estas las componentes únicas de valor significativo en su escritura. En su etapa actual, producto, como decimos, de una decantación progresiva y en los últimos años, acelerada, las ondulaciones han pasado a ocupar todo el espacio de sus telas, en las que cabe hablar, y mucho, de ritmo, pern apenas ya de composición. La composición reclama, a mi juicio, unos espacios vacíos, un infinito fondo en el que las formas compuestas se compensen con arreglo a una ley que puede ser general del arle o simplemente de la obra contemplada. Sin embargo, cuando todo el espacio se llena, como ocurre en las obras recientes de Navarro Ramón, el problema de la composición desaparece y los valores del cuadro se apoyan en un movimiento (por el hecho de presentársenos plasmado en uno solo de sus fugacísimos instantes no lo es menos), un movimiento, iba a decir, interno, que si tiene alguna referencia externa es simplemente a otra obra del autor.

Por eso hablaba antes de la distinta impresión que me han causado las obras de este artista cuando las he contemplado en un conjunto. Porque el sentido rítmico de la escritura actual de Navarro Ramón no comienza y termina en cada cuadro, sino que prosigue en otro y en otro, como en realidad ocurre en la obra de lodos los artistas verdaderos, pintores o no, pero que en la del que nos ocupa se produce con tal énfasis en la intención que le otorga un carácter sustancial. Valor programático ofrecían a este respecto los dos cuadros que presidían la muestra que comentamos y que, presentados unidos, incluso ensamblados dentro del mismo marco, hacían ver la continuidad de los ritmos lineales. Naturalmente, se trataba de obras que separadas, tenían entidad propia también.

Es notable, ciertamente, la coloración de los cuadros de Navarro Ramón, que por sí sola acredita su condición de gran pintor: pero si destaco en este comentario la preponderancia del ritmo en sus obras es porque me parece lo más característico de su momento actual. Volviendo a la evolución de su pintura, y teniendo en cuenta lo dicho anteriormente sobre la composición, si comparamos las obras pintadas entre 1950 y 1954, que encontramos igualmente reproducidas en el libro citado de Areán, y que el autor titulaba precisamente de «composiciones» sin más apellidos, podemos establecer que esas formas curvilíneas separadas, que pueblan toda la época previa a la actual, han experimentado una suerte de expansión, hasta llenar todo el espacio del cuadro y, más aún, todo el universo pictórico de Navarro Ramón. Movimiento expansivo que metafóricamente nos permitiría hablar de una especie de fuga de las galaxias en el seno de un infinito lírico que yo me atrevería a calificar. en algunos aspectos, de onírico también. Aun sin ignorar el papel que puede tener en estas figuraciones —porque figuraciones son al fin y al cabo— su observación de la realidad, es indudable que las que predominan son las imágenes interiores, muchas de ellas procedentes, a mi manera de ver, del sueño, aunque otras procedan de la imaginación.
M. CARCÍA VIÑO.