Madrid, Servicio de publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia 1978.
Juan Navarro Ramón nació hace algo más de setenta años, en la blanca claridad de Altea, allá en la provincia de Alicante, cuando todavía aquello era un total remanso de paz y serenidad. Allí fue forjando su temple de gran pintor. Más que en el agresivo y luminoso cromatismo de un Sorolla, Navarro Ramón recoge en su obra la frescura, la limpieza y el sosiego de la prosa de Gabriel Miró.
Navarro Ramón nos ha ido dando a lo largo de su fructífera carrera las diversas y múltiples etapas de una vida consagrada al arte. Toda la pintura moderna se encuentra en la obra de este pintor, nos dice en este texto Francesc Rodon, un lúcido crítico que ha sabido extraer de la descripción y visión de la obra de Navarro Ramón un texto claro para llegar perfectamente al arte del pintor.
Carlos Areán pudo escribir sobre este pintor:
«Todo es en Navarro Ramón sencillo y aristocrático; todo se halla inscrito en una tradición reactualizada; todo conmueve y libera, manteniendo la suntuosidad, pero eliminando hasta el último resto de efectismo o de automatizada dicción.»
Esta obra, tan rica, tan variada, tan amplia, de Navarro Ramón nos produce una sensación de calma, lujo y voluptuosidad —el título es una de las más famosas obras de Matisse, de cuyo espíritu el pintor de Altea no se encuentra demasiado apartado-, más acentuada todavía por el color y las tonalidades mediterráneas recogidas desde la infancia y transformadas en vivencias plásticas y líricas pinceladas en cada una de sus telas.
Merece la pena asomarse a este mundo del pintor, que en palabras de otro crítico, abre un capítulo muy importante de la pintura española contemporánea, no tan conocido entre nosotros como merece, pero digno y realmente significativo.