Juan Navarro Ramón

Picasso, Fuijita, Zadkine y Juan Navarro

El arte abstracto.

Navarro Ramón, 1956

El arte abstracto es, sin duda alguna, consecuencia lógica de la evolución de la sociedad en todos los aspectos de la vida y concretamente en su apreciación moderna de la belleza, no es intrínsecamente perfección. Esta conclusión nace del principio consecuente de que en arte, la renovación y la aportación propia espiritual, debe considerarse por encima de todas las normas establecidas a través del proceso de perfeccionamiento que se inicia en el renacimiento.

Por tanto, partiendo de esta conclusión, el artista tiene el deber de expresar su sentimiento, prescindiendo de todo lo que le ligue al pasado y le influya a través de lo expresado por otros, y en un impulso de dentro a fuera poner al descubierto, en cualquier forma o esencia plástica su propia expresión.

Tal es, a mi juicio, la función o pretensión del arte abstracto. Sin embargo, no hay que olvidar que todo rigor trae consigo el establecer unos principios, que son a la postre una limitación a la expresión del artista y que entrañan un academicismo más, incompatible con el propósito fijado.

Por tanto, cualquier nacido en las últimas décadas se encuentra ante estas premisas. El arte abstracto no ha madurado; que es un arte en transición es evidente (todo arte es de transición entre el que le precede y el que le sigue), no ha sido una revolución en el arte actual, también es verdad, pero es más bien profundizar y ampliar las experiencias de los iniciadores, ya que existe en el periodo de renovación y el de sazón o madurez. Más, en este dominio del arte abstracto, descubierto por otros, a nosotros nos acucia la misma prisa, la misma necesidad de lo inédito se impone y al compás del tiempo que vivimos, la evolución del artista es asimismo más acelerada.

Durante mucho tiempo hemos visto a los pintores buscarse, luego, un día se encuentran, y luego descansan en la explotación de sus descubrimientos. Pero después de Valéry el marchar interesa tanto o más que el llegar. Para el pintor de hoy, el fin que él espera y que cree alcanzado, después de saborear la emoción de algunas variaciones, lo abandona sin pena, deseoso de no caer en las repeticiones. Esta investigación, esta búsqueda constante, es el signo actual de autenticidad, es el aspecto positivo de esta tensión, de este rigor, de esta gravedad; porque ciertamente, nosotros vivimos una época grave, donde el juego gratuito no tiene lugar.

Mas esta gravedad no es un peligro; llevada a su extremo aboca a un espíritu de seriedad que le elabora unos principios exclusivos y rigurosos, un código estrecho y limitado. En torno suyo sobreviene la pérdida del sentido del humor, la abolición del espíritu crítico; entonces aparecen los mismos riesgos de conformismo y academicismo.

De una forma excesiva de seriedad, nace el ostracismo y un sectarismo perjudicial en todo sentido.

Cada forma de investigación, implica exclusión de las otras. Si uno defiende un modo de expresión cálido o frío, geométrico o lírico, se pretende que lo haga íntegramente, sin variaciones ni reservas, que serían consideradas como vacilaciones y un tanto de traición.

Cada época tiene sus características dominantes, sus ideas propias; buscar las que conciernen a la nuestra es ayudar a situarla con relación a las otras, participar en su definición.

Nosotros vivimos a un ritmo precipitado, más acelerado que el de ayer, que fue asimismo más rápido que anteayer. Esta rapidez evidente en el dominio técnico, se manifiesta en todas las otras actividades humanas, influye sobre todo acontecimiento, repercute en el modo de pensar, de crear y en particular sobre las artes plásticas, siendo que el arte está especialmente ligado a la época en que se expresa.

Todo lo que ha sido dicho y hecho, resulta inútil repetirlo. Mientras se creyó por mucho tiempo que renovarse no era necesario, hoy, nosotros, soportamos mal la repetición; somos más sensibles a una obra imperfecta pero nueva, que a la perfección ya conocida.

Este estado de espíritu nos es ya tan propio que algunos se asombran y deploran que el arte de hoy no haya aportado una revolución tan radical como el impresionismo, el cubismo o asimismo el abstracto. Partidarios de una revolución a cualquier precio, pero impotentes de realizarla se pierden en especulaciones vacías de sustancia que como un petardo mojado no conmueve a nadie y elabora un academicismo más.